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La resignificación cristiana del paganismo


     El cristianismo, si bien toma sus bases del judaísmo, es una de las pocas religiones que tienen fecha de nacimiento. Cuando Jesús nace en Belén, el Imperio Romano estaba en manos de Augusto bajo el Principado. Faltarán muchos años para que el cristianismo, ya como religión constituida, llegue a Occidente y aun más para que salga de la oscuridad de la clandestinidad.
     Previamente, deberá sufrir las persecuciones de Diocleciano y Dacio en el siglo III. Pero para entonces el cristianismo ya había forjado un poder muy distinto a las religiones que el Imperio habría permitido en otros tiempos, por lo que se presentaba como un peligro para la estabilidad política de Roma. Recordemos que contemporáneamente a la expansión del cristianismo, el Imperio Romano venía sufriendo una crisis, arrastrada desde el siglo II, en la que gobierna la anarquía que había dejado la dinastía de los Severos. Por eso, cuando Diocleciano toma el poder, llevará a cabo varias políticas restauradoras en las que contamos dichas persecuciones. Pero esto no fue lo único. La división del poder en la Tetrarquía de dos Césares y dos Augustos buscaba una división del poder provocada por la gran extensión del Imperio que se hacía imposible de controlar y, por otra parte, la instauración del Dominatus, de inspiración oriental, buscaba la concentración y la posterior conservación del poder en una autarquía, de auténtico despotismo imperial.
     Esta ultima política, será clave en el entendimiento de la posterior resignificación de motivos iconográficos que llevará a cabo la religión cristiana. Pero no será recién hasta el 313 d.C. cuando Constantino tolera el cristianismo con el Edicto de Milán. Esto significó una vuelta de tuerca tanto para las políticas imperiales como para la religión. Desde el punto de vista religioso, significaría la salida a la luz de una práctica previamente prohibida; desde el Imperio, no sería más que una nueva búsqueda desesperada de conservación, pero vista desde otro eje.
    

    
    La historia propiamente del arte cristiano más rico empieza ahora. De la mano del Imperio, el cristianismo se mueve en la tranquilidad; así buscará resignificar motivos paganos, que eran comunes en la época y, por ende, de facil entendimiento, como forma de lograr una rápida pregnancia en la sociedad. El tiempo y el espacio fueron tomados por la nueva religión instalándose sobre el paganismo, no a su lado.
     Entre las resignificaciones plásticas considero una de las más importantes la maiestas domini. En las imágenes vemos, por un lado, un mosaico ubicado en el ábside de Santa Pudenziana (Roma, ca.390). Allí aparece Cristo con nimbo sagrado sentado sobre una cátedra con sus pies en el subpedianium, enseñando las Santas Escrituras a los discípulos que lo rodean. Sobre Él, la cruz vacía sobre la colina del Calvario, símbolo de la victoria de Cristo sobre la muerte, rodeada del tetramorfo (símbolos de los cuatro evangelistas, que explicaremos con más detalle en otro artículo). No sólo la utilización de la técnica musivaria, sino también el mismo Cristo es de un estilo puramente bizantino: barbado, serio, hierático que mira de frente. El gesto que realiza con los dedos puede ser entendido como un gesto de bendición, aunque también podría ser de enseñanza y autoridad: el gesto de la oratio. Es más factible la segunda posibilidad: “Cuando Jesús terminó de decir estas palabras, la multitud estaba asombrada de su enseñanza, porque él les enseñaba como quien tiene autoridad y no como sus escribas” (Mt 7,28-29).
     La segunda imagen corresponde al Arco de Constantino (312 d.C. Roma) que mandó a erigir en conmemoración de la victoria del Puente Milvio contra Maxencio. La imagen corresponde a la cara norte izquierda del arco, de facción puramente constantiniana. Allí podemos ver, aunque con varias lagunas, al Emperador en una posición también majestática rodeado de su cohorte. El estilo es puramente romano plebeyo, característico por la inorganicidad de las partes de la figura humana, así como por la estricta frontalidad, el poco manejo de la espacialidad y una incipiente perspectiva jerárquica.
     Ambas imágenes son casi contemporáneas y las semejanzas son muy visibles. Queda evidenciada entonces la intención cristiana de adoptar los motivos iconográficos imperiales, pero obviamente resignificados. Que Cristo adopte los sistemas consagrados al Emperador con los mismos atributos, es parte de una interesante retórica de las intenciones del cristianismo para insertarse rápidamente en la sociedad pagana y ratificar el poder de Cristo. Él es ahora el emperador que se rodea de su cohorte imperial; el Emperador gobernará lo terrenal, pero el poder espiritual y celestial queda en manos de Cristo.
    
     Vemos entonces cómo el arte profano imperial sienta las bases de donde se sustentará el posterior arte cristiano. La comunicación propagandística de la imagen imperial se tomará fuertemente como medio de difusión rápido y de eficaz pregnancia, debido principalmente al arraigo cotidiano que contemporáneamente significaba la imagen. Se toma prestado y se resignifica el motivo, creando un nuevo discurso, pero con los mismas aspiraciones de poderío y autoridad. Posteriormente en el siglo IX veremos como el imperio Carolingio tomará ahora los motivos cristianos contemporáneos, para ratificar rápidamente el poder del nuevo emperador. El motivo iconográfico, con los atributos propios del poder son tomados y resignificados continuamente como medio eficaz y rápido de validación, haciendo así que el arte sea funcional a las aspiraciones propagandísticas del poder de turno.
     Quedará para el próximo artículo la utilización simbólica de la arquitectura paleocristiana, separando el espacio sagrado del profano y la resignificación del tiempo pagano.

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