punto de vista privilegiado que es el frontal; en este sentido, hay una estricta
frontalidad de la obra ubicándose sus aspectos fundamentales en la parte
anterior sin necesidad de que se recorra para su apreciación: la solemnidad de
la mirada hacia el horizonte, así como la postura firme, remarcan la
frontalidad .Por su parte, presenta una aspecto absolutamente compacto, con un
predominio de los espacios positivos y un respeto por el bloque donde los
espacios negativos son casi inexistentes -al tener sus brazos comprimidos al
pecho- salvo en la división de las piernas donde la negatividad se acentúa,
aunque no se encuentran huecos ni espacios vacios; la figura y el trono se unen
en un mismo bloque donde domina la ortogonalidad característica de las
esculturas sedentes egipcias, y que enfatiza su carácter estático y el
aislamiento de la obra.
Con respecto a la composición, sus partes se encuentran en total armonía,
predominando la axialidad, con un eje vertical y horizontal, que refuerza su carácter estático al buscar una permanencia en el tiempo. Se trata, por ende, de una escultura que inspira una gran pasividad, profundamente equilibrada, simétrica y sin ritmo. Aunque se observa un incipiente dinamismo en la textura de la piedra trabajada que permiten apreciar movimientos de luz, se trata de una escultura donde la arenisca está muy pulida en la mayoría de sus partes, lo que
remarca su apariencia estática, dando un carácter liso y brillante de la superficie.
La figura no presenta un profundo tratamiento, la vestimenta sintetiza la forma. Sin embargo, presenta un buen tratamiento de la boca y la nariz y se nota la idealización característica de la escultura egipcia al tratarse de una persona joven y en la plenitud de su vida, con rasgos tipificados y con proporciones convencionalizadas por el canon egipcio de dieciocho puños. La posición, por su parte, responde a la posición canónica de faraón con sus brazos cruzados en el pecho, sosteniendo el cetro y el látigo -que se han perdido- sentado con sus piernas juntas y su mirada perdida en el horizonte.
Con respecto al color, no se observa una paleta muy variada: la corona está pintada de rojo, la carnación es negra y la vestimenta, blanca. El blanco contrasta con el negro por complementariedad, de la misma forma que el rojo con el negro, al tratarse de colores puros los tres.
Iconográficamente hablando, se trata de una estatua de culto del faraón Montuhotep II, quinto faraón de la XI Dinastía del Reino Medio. Presenta la corona Roja del Alto Egipto, la barba osiríaca y, aunque se han perdido, suponemos que sostendría el látigo y el cetro con sus dos manos, que lo caracterizan como faraón. La vestimenta blanca corresponde a la Fiesta Sed, donde el faraón reafirmaba frente a los nomarcas y los altos sacerdotes, su poder como gobernador de Egipto. La carnación negra, por su parte, representa el color de la piel de Osiris como Dios de la tierra y la agricultura. Reconocemos que se trata de Montuhotep II por la firma de la obra en la base, cuestión imprescindible en las esculturas egipcias, ya que el nombre era fundamental para la función que cumple la escultura en el pasaje a la Duat y para que el Ka reconozca al difunto en el momento de la apertura de la boca. Iconológicamente entendemos que su postura sendente y su mirada solemne buscan una permanencia en el tiempo y la eternidad del faraón en el inframundo.
ESTATUA SEDENTE DE MONTUHOTEP II
Circa 2700 a.C.
Anónimo.
Escultura en arenisca. 1,8m.
Museo Egipcio de El Cairo
excelente articulo
ResponderEliminarmuy mal redactado y poco profesional
ResponderEliminarque desepcion