martes

El falso Dios

“Mas viendo el pueblo que Moisés tardaba en bajar de la montaña, se congregó en torno a Aarón, y le dijeron: -Ea, haznos un Dios que marche delante nuestro; pues ese Moisés, el hombre que nos sacó de Egipto, no sabemos que ha sido de él.
Aarón les respondió: -arrancad los anillos de oro que penden de las orejas de vuestras mujeres, de vuestros hijos e hijas, y traédmelos. (...) El lo tomó de sus manos, le dio forma con el buril y lo transformó en un becerro de fundición. Entonces exclamaron «¡Este es tu Dios, Israel, que te ha sacado de Egipto!» Cuando Aarón vio esto, construyó un altar delante de aquél y echó un pregón, diciendo:«Mañana habrá fiesta en honor a Yahvéh». Al día siguiente se levantaron temprano, ofrecieron holocaustos y presentaron víctimas pacíficas; luego se sentó el pueblo a comer y a beber, y después se levantaron para divertirse
”. (Éxodo 32,1-6).


Poussin en La adoración al becerro de oro, nos transporta a uno de los momentos más importantes de la Biblia. En el centro de la composición el becerro color Siena es rodeado por el pueblo judío que baila en su adoración; Aaron, vestido de blanco invita al pueblo a la fiesta a al vez que nos invita a nosotros los espectadores como un festaiulo a entrar al juego de la pintura. Al fondo, Moises que viene bajando del Sinaí a entregar los primeros diez mandamientos, queda inmóvil frente al espectáculo que genera su ira y pronto habrá de castigar.


Pero entrando en los aspectos formales, si bien el motivo y la cromaticidad recuerdan a El paso del Mar Rojo, la significancia más relevante de la obra está en el eco de las figuras que proviene desde lejos, que nos hace entender el movimiento de los cuerpos danzando; en este sentido el movimiento hace una curva desde el fondo rodeando al becerro y terminando en Moises, como si se tratara de un freno pictórico a la algarabía de la fiesta. Los brazos como vectores nos van moviendo dentro de la pintura, con los llamados de atención de los blancos brillantes entre los colores tierra.


Todo esto viene a la relación con Tizziano en Baco y Ariadna, que mantiene un procedimiento similar y, por lo que veremos, incluso también su asunto. Así vemos a Ariadna dirigiéndonos con sus manos hacia Teseo que huye de Naxos dejándola abandonada, pero que gira su cabeza para mirar fijamente a Baco quien, adelantado a su cortejo, salta en busca de su amada.


En rigor, el movimiento del cuadro es el mismo: como vemos en la imagen superpuesta de ambas pinturas, desde el fondo proviene una fuerza de movimiento que rodea en este caso a Baco, centrando la composición, hasta Ariadna, quien la impulsa nuevamente hacia el barco en el que parte Teseo. Baco en relación al becerro podría simbolizar el reemplazo de un verdadero Dios por uno falso; en ambos casos, el verdadero objeto de adoración se presenta ausente ante la expectativa y la demanda de un adorador, quien encuentra la necesidad de reemplazarlo. El verdadero Dios luego aparecerá en ambas historias para finalizar el conflicto; Moises funde y hace polvo el becerro y les obliga a beber el agua con el oro como castigo. Luego volverá al Sinaí para traer las nuevas tablas de los mandamientos. Por su parte, arriba en el cielo de Tiziano vemos la constelación de ocho estrellas en la que se convierte Ariadna luego de su muerte y antes de que Zeus le devuelva la vida concediéndole la inmortalidad.


TIZIANO (1523)
Baco y Ariadna.
Óleo sobre lienzo
176,5 cm x 191 cm

POUSSIN, Nicolas (1633)
La adoración del becerro de oro
Óleo sobre lienzo.
154 cm x 214 cm

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