Primer paso: pantallazo general. Tres piezas de rompecabezas desunidas que encajan a la perfección: una figura, unas manos a punto de rozarse y otra figura similar, pero sin rostro. ¿Hay algo que nos llame la atención? Varias cosas. En primer lugar la figura sin rostro es casi lo primero a lo que van nuestros ojos. Presentimos a simple vista que algo nos esta queriendo decir, que algo se lleva entre manos el autor con eso; en segundo lugar esas manos muy parecidas a unas famosas que ya hemos visto representadas en alguna otra obra.
Todavía no voy a revelar el título, antes intentemos exprimir lo más que podamos desde lo visible. Las manos, esas manos son muy parecidas a
Volvamos a nuestro cuadro. Podríamos decir entonces que las manos, una débil y otra fuerte, intentan alcanzarse y sin embargo hay algo que todavía las separa. La debilidad y la fortaleza podrían relacionarse con la concepción social del género, pero apunta al agotamiento del continuo esfuerzo por llegar, por alcanzar, por conseguir. La búsqueda está representada justo en esas manos que no se consiguen, el resto de las figuras complementan el discurso, pero la centralidad del asunto está plasmada justo en ese espacio que separa a nuestras manos. Sin ese espacio divisor el asunto carecería de sentido.
Metámonos un poco más adentro de la obra. La figura con rostro nos recuerda otra obra de Miguel Ángel: Eva en Pecado original y la expulsión del Paraíso, en que Adán y Eva están al pie del árbol, a punto de caer en la tentación de la serpiente. Esto nos hace percibir a la figura del cuadro como una mujer, muy a pesar de que haya pocas pistas para que entendamos eso. La figura pareciera más un hombre que una mujer. Podríamos hablar en este sentido, de una ambigüedad de sexo pues la queja silenciosa y el lamento pictórico del que hablábamos al principio, es un pecado tanto del Hombre como de
Volvam
MASSARIOL, Diego (2009)
Y yo buscándote.
Acrílico sobre lienzo
130cm. x 35cm.
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