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Evolución del sistema constructivo medieval

    La arquitectura medieval propiamente dicha, esto es, no considerando “propiamente” medieval la arquitectura primitiva cristiana de la tardía antigüedad, se remite a los estilos románico y gótico. ¿Por qué no consideraremos a la basílica paleocristiana como medieval? Por la sencilla razón de no corresponder a la misma búsqueda de materialización del sentimiento religioso. Es así que, si bien nuestro recorrido empezará necesariamente en la tardía antigüedad, la materialización del pensamiento cristiano medieval comienza en el románico y se concreta recién llegado el gótico. En esta linealidad evolutiva se presentan grandes problemas que serán en una primera instancia resueltos por el románico con soluciones romanas y, posteriormente, en el gótico con una técnica propiamente medieval, en la que se concreta el ideal de la época.

    Si en la arquitectura paleocristiana, la búsqueda giraba en torno a la concreción del espacio sagrado y a la instauración de la nueva religión, la búsqueda de la arquitectura religiosa de la Edad Media girará en torno a los problemas de la verticalidad, la desmaterialización del muro y la iluminación siendo esto lo propio de la Edad Media, ya que persiste un anhelo de participar de manera más inmediata en el camino del Dios. Por eso -y esto no es más que una pura opinión- creo que si bien la arquitectura cristiana comienza en la tardía antigüedad, lo hace más por la necesidad de constituir su propio lugar y legitimarse, separando lo sagrado de lo profano; mientras que el verdadero arte arquitectónico cristiano empieza en el período románico, donde se logra la concreción material del pensamiento y la religión. En otras palabras, mientras el primero tiene su explicación en la búsqueda de una funcionalidad, el segundo en la materialización de un sentimiento y una creencia cristianos.
Retomo. Dijimos, la búsqueda de la arquitectura religiosa de la Edad Media girará en torno a los problemas de la verticalidad, la desmaterialización del muro y la iluminación. Este proceso que arranca en el primer arte románico, comienza con una nave y corte de estilo basilical heredado del pasado. Con techo a dos vertientes y cabreada de madera a la vista soportada por una arcada continua que separa la nave principal, de las -generalmente- dos naves laterales. El muro espeso a more romano, sobrio en el exterior, sirve de apoyo de las fuerzas laterales que produce la techumbre, pero lo estructural estará soportado por la columnata de la nave principal que, en un cinetismo muy marcado, conduce la vista hacia el ábside donde se sitúa el altar.

 Pero el contexto de los siglos VIII y IX obliga a realizar algunos cambios que tendrán influencia directa en toda la estructura: las invasiones nórdicas. Estas, a diferencia de las primeras invasiones bárbaras, se introdujeron en el Imperio Carolingio sólo con fines delictivos: robaban, saqueaban, incendiaban y se retiraban. Siendo las Iglesias abaciales los lugares donde más riquezas podrían encontrar, fueron el primer objetivo. Pero a partir del siglo X ya la peligrosidad había menguado dando lugar a un resurgimiento de la religión y su arquitectura. En este contexto surge el primer románico. La basílica cristiana utilizará en su construcción elementos incombustibles a fin de prevenirse contra futuros ataques. Con una solución antigua a un problema contemporáneo, la techumbre de madera es resuelta con bóveda de cañon con arcos fajones. (Santa María del Naranco).

    Hasta aquí las características: un muro, una arcada continua y una bóveda de cañon mucho más pesada que la de madera. El muro deberá entonces crecer en espesor para soportar el empuje del techo. Al crecer en espesor y, sumado a la poca capacidad de iluminación que permitía la bóveda de cañon, el espacio se constituye en una masa pesada, chata y oscura. ¿Cómo resolver el tema de la desmaterialización si a eso le sumamos la búsqueda de la luz y la altura?  Pues bien, aquí empieza un largo recorrido de soluciones que recién se concretará idealmente en el gótico.

    En una primera instancia, el muro se resuelve articulándose. La articulación cuadripartita o tripartita en arcada, galería alta, triforio y claristorio, equilibra el empuje vertical de la bóveda haciendo que el muro no necesite ser tan espeso para soportarlo. La división de arquerías ciegas u horadadas  de los registros nivela el empuje recibido por la bóveda de la nave central, que descargan sobre las bóvedas de arista de las naves laterales. La bóveda de arista tiene la importancia, además de soportarse mutuamente las dos bóvedas de cañon que se cruzan  haciendo que no ejerzan tanta fuerza vertical, de descargar justamente en sus aristas no necesitando un soporte contínuo. Entonces, la articulación del muro de la nave central en registros sumado a la bóveda de aristas de las naves laterales, disminuye el espesor del muro bajo con la sola adición de contrafuertes exteriores que reciban la carga de las aristas de la bóveda.Pero el problema de la luz y la altura todavía quedaban pendientes. (Paray-Le-Monial )

      La evolución dentro del mismo románico sigue hasta la bóveda de arista reforzada con ojivas. Esto, que será profundizado en el gótico permite la más alta delgadez del muro dentro del estilo románico, ya que la descarga de la bóveda se conducirá directamente por el bocel adherido a las aristas, no necesitando ya tanta articulación para equilibrar y nivelar el peso hasta descargar en los pilares, pero manteniendo el triforio que sirve de ayuda a los pilares y columnas. Este recurso que se utiliza en la Catedral de Durham dará el paso a la verdadera bóveda de crucería que se sistematizará en el gótico. Si el románico representa una marca de aspiración metódica, el gótico representará la concreción, en una cierta unidad y fijación de un vocabulario de los ideales medievales y lo más alto (sic) que la arquitectura de entonces pueda alcanzar. Veamos por qué.

    El arco apuntado se sistematiza, lo que da una primera sensación de altura. Pero lo más importante radica en la combinación de la bóveda de crucería y la aparición del arbotante. La primera permite que el soporte contínuo sea totalmente innecesario al descargar directamente sobre los pilares y al estar constituida por plementos poco pesados, disminuir el peso. De esta manera, el paño murario se articula generalmente con ventanas lanceoladas coronadas por un rosetón que permiten la entrada de una gran cantidad de luz y la desmaterialización del muro. Ahora, si bien la falta de galería podría ser posible sin mayores complicaciones, no se podría ganar en altura por la debilidad del muro.
    La altura se gana con la adición de arcos exteriores que descargan sobre un botarel. Estos arbotantes, tienen la función de soportar el empuje de las ojivas de la crucería y descargarlo  directamente a la tierra sin pasar por el muro, haciendo que este sólo tenga una función contenedora del espacio pudiendo incluso horadarlo con  ventanas, como el caso de la Sainte Chapelle. Asimismo, la bóveda de crucería cuadripartita soportada en el interior por columnas fasciculadas y no por la antigua alternancia de pilares débiles y fuertes, dan unidad óptica al interior reforzada por la unidad exterior de los elementos totalmente integrados. Llegamos entonces a la pura desmaterialización del muro casi como si la Catedral fuera una “jaula de cristal”, profundamente iluminada, lo que profundiza la sensación inmaterial de la estructura fundiéndose con ella y con una altura que supera las expectativas más optimistas del románico.
   
     El concepto de espacio gótico se disuelve por la sensación de ingravidez y fluidez de los muros contenedores, en un no-espacio que se eleva por encima del mundo (…) La gracia de la construcción gótica radica en que el aparato técnico de sostén se ha trasladado hacia afuera y es invisible desde el interior constituyendo una estructura diáfana: ni más ni menos que la plástica de la pared se presenta como relieve arquitectónico con fondo espacial; la aparición de este fondo espacial es lo que hace que una pared se “haga gótica”. (Jantzen)

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